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Anna y su sombra que se reproduce en la pared desde primera hora de la mañana, empieza a desvanecerse. Anna y esa sombra que va alternándose de pared en pared, no debería estar encerrada aquí. Podría hacer la maleta y largarse, pero no divisa más allá de lo que ve. Ella conocía más, pero se le ha olvidado. Ahora ya no consigue distinguir entre lo que quería convertirse o esto en que se ha convertido. Vive en un habitáculo de 60 m². de protección oficial y tiene por marido el mismo que la dejó preñada a los diecisiete. El hijo hace tiempo que se marchó, porque a diferencia de ellos quería ver mundo desde una perspectiva nueva. Ahora el hijo aprende el oficio de carpintero y los edificios de protección oficial los contempla igual de nítidos y grises que anteriormente, ya entre o salga de su nido de alquiler, con o sin novia, con moto de segunda mano o a pie. Anna quería llegar a ser algo, podría decirse que quería llegar lejos, dónde, no lo sabía, pese a que quería llegar donde fuera pronto. Y llegó a ser madre a los dieciocho, la primera de su promoción, toda una primicia. Después cayeron algunas más.
Al principio trabajaba como dependienta y encontraba distracción con la clientela. Sólo que había algo que el marido no soportaba: el superior de ella barajaba dinero con frecuencia. El marido era cauteloso: ella iba a ingresar estos fajos de billetes. Y tenía un peso que le quitaba el sueño: que lo abandonara por otro o por un fajo de dinero. Después de una penosa jornada el marido entraba en la cocina y lo único digno de mención era que aquellas paredes estaban frías como la muerte. Esto y que quedaban restos de jabón en el fregadero. El marido esperaba, sus brazos cruzados sobre la mesa y, después de un cuarto de hora de tensa espera, acababa llevándose las manos a la cabeza. Un día se abrochó la chaqueta y bajó las escaleras a toda prisa maldiciendo de su mujer y su trabajo, pero sobre todo de su mujer. A menudo este hombre en la taberna olvidaba sus propias penas. También por aquel entonces el hijo se acostumbraba a la comida del colegio. Pero aquella tarde el hombre siguió andando hasta que entró en la tienda y suplicó a Anna que se quitara aquel uniforme absurdo y volviera a casa. Sólo que Anna dijo: ¡ni hablar! Si volviendo la vista atrás el trabajo de ella ayudaba a pagar facturas, de ahí sacaban para la ropa del niño, para los libros de la escuela y para las clases privadas del niño. Y así, mientras atardecía, Anna siguió trabajando, envolviendo regalos y haciendo buena cara. Eran casi las nueve cuando puso la llave en el cerrojo y, en cuanto entró, recibió la primera paliza. Después tuvo que preparar la cena, por más que tuviera un brazo dislocado.
En una casa siempre queda algo por hacer. Incluso en un piso pequeño. La voz del marido aturde, dentro y fuera del habitáculo. Los vecinos ya lo conocen, sólo que él tiene un escaso contacto con el resto de vecindario. Actualmente Anna y el resto de cosas que pospone en su horizonte se resumen en una cama que hace a primera hora, en una lavadora de ropa que recoge del suelo, y más tarde tiende pieza por pieza en un balcón pequeño que da a un patio de luces. Mientras ordena la casa, ventila las habitaciones y el comedor, barre y friega de rodillas, que es como se llega a todos los rincones. Más tarde toma nota de todo lo que falta, hace una compra pequeña, siempre consciente de hasta donde puede gastar. Y antes de que el suelo se haya secado, prepara el almuerzo, enciende la televisión mientras pliega la ropa y la plancha, y de golpe y porrazo ya tiene el marido esperando. El hombre espera cualquier cosa con cara y ojos, que no significa que espere a Anna. Luego ella se sienta al lado de su marido y en dicho comedor sus miradas se aproximan por inercia al televisor. La televisión, a diferencia de la casa, reanima. Incluso los hijos de los vecinos que lanzan pelotas al patio mientras gritan y ríen. Ellos ya no tienen hijos, aunque lo intentaron en el pasado. Ellos ya criaron uno. Ahora el hijo se ha ido, y pronto formará una nueva familia, parecida a la única imagen que ha vivido.
Anna y su triste sombra a menudo se ve agachada en la pared. Esta imagen aparece en la cama conyugal noche tras noche. A pesar de repetirse a menudo en la cocina, a menudo en el comedor. Y básicamente en el lavabo mientras se lava y se seca la cara. Cualquiera podría ver que esa mujer vive una pesadilla. Sólo que ella vive su día a día muy despierta, sabe que en cualquier momento puede cometer un error. También dispone de algún momento de ocio durante el día, cuando sube al quinto piso para encontrarse con una vecina. Ambas siguen una serie televisiva con mucho entusiasmo. Después vuelve a bajar, y algunas veces, no siempre su hijo recuerda con nostalgia a su madre y se presenta a la hora de comer. Al hijo no le llega el dinero, a la madre tampoco, pero siempre se las ingenia para ofrecerle un plato caliente a la mesa. El hijo necesita dinero, es una frase que comenta antes y después de engullir. Después, en un pequeño descuido, éste se hace con el monedero de la madre.
Anna piensa a menudo, y a veces siente algo en su interior, aparte de una incertidumbre perpetua que ya forma parte de ella. Anna trabaja a escondidas, en cambio ha de llevar a una cría de seis meses de paseo. A veces esta mujer hace un cambio de sentido, teniendo la extraña sensación de que la siguen, una especie de presagio que siente mientras dan un paseo por el parque. No obstante, Anna debe seguir con el trabajo, dice hacerlo para ayudar a su hijo, para que éste pueda seguir adelante y no pierda el rumbo como su padre. Mientras Anna retrocede hasta los bloques de pisos nuevos, tapa a la cría y hace un cambio de sentido, aunque ya es tarde. El marido salía de la taberna cuando la ha visto, allí ha empezado a seguirla. A pesar de que la imagen de Anna se va alejando hasta que se pierde entre la multitud.
Anna y su marido no tienen tantas cosas en común, aunque ambos vivan bajo un mismo techo y duerman en un mismo colchón. Sin embargo parece que ella y él no tengan más en común que esta cosa que se trae entre manos. Anna cocinaba cuando el hombre entra por la puerta, carga con una garrafa cuando la toma por la espalda, le tira de los pelos, la balancea hasta hacerla caer, la rocía con gasolina y le prende fuego.